sábado, 6 de julio de 2013

Sopla, sopla


[de  internet]

“Salió Matías a la calle y al cabo de diez minutos se dio cuenta de que su pelo no era más que una cosa ridícula encima de su cabeza. Esto quiere decir que el viento era fuerte y que se estaba riendo de su peinado y que le había puesto unos mechones mirando hacia aquí y otros mirando hacia allá, sin criterio. De hecho, Matías tenía entradas, aunque disimuladas, y algún que otro claro en el pelo, y el viento le dejaba todo a la vista, entradas y claros, como si quiera ridiculizar a Matías, como se ridiculizan las fotografías de 1967 o como se ridiculizan los bolsos de las tías mayores, sin ningún miedo.
Y es que Matías tenía claros en el pelo. Y los claros son agradables en los bosques o debajo de una farola, en Londres, pero no en la cabeza de una persona joven. Y Matías se enfadó un poco con el viento, pero sólo un poco. Después siguió andando.
“Calle Théodore Maunoir” era la calle del primer informante. Ésa era la primera calle que tenía que buscar. Y no era fácil de encontrar; por el viento que hacía, sobre todo. Porque el viento suele difuminar la mitad del cerebro de las personas. O tres cuartas partes del cerebro de las personas. Por eso no era Matías capaz de encontrar la calle Théodore Maunoir.
[…]
Fuera de la pensión, sin embargo, notaba que el viento le estaba difuminando el cerebro. Y para difuminar el cerebro de Matías, el viento no utilizó una fórmula muy diferente a la que utiliza el almíbar para difuminar los melocotones.”



El pelo de Van’t Hoff, de Unai Elorriaga -2003-