domingo, 24 de abril de 2016

Por el sumidero


[de  internet]

“Cuando una mujer cometía un crimen no premeditado, su principal preocupación residía en qué hacer con el cadáver, puesto que no solía ser lo bastante fuerte para moverlo sola. Por eso en muchas ocasiones optaban por descuartizar el cuerpo. También se habían dado casos de varones que habían descuartizado a sus víctimas, pero en su defecto para ocultar la identidad de la víctima o porque el propio acto de mutilar les causaba una especie de placer animal. Las mujeres, en cambio, lo hacían simplemente porque no podían transportarlo entero. Ésta solía ser la prueba de que el crimen no había sido premeditado. Recordaba el caso de una mujer de Fukuoka que, después de matar a una compañera, confesó a la policía que había decidido descuartizar el cadáver al verse incapaz de sacarlo entero de su casa.
También era corriente que mujeres que vivían experiencias parecidas se convirtieran en cómplices de la asesina, impulsadas por una especie de compasión. Hubo un caso en que una madre había considerado justo que su hija matara a su marido violento y borracho, y por ello la había ayudado a descuartizar el cadáver. En otro caso, una mujer había ayudado a matar al marido de su amiga y ambas se habían encargado de descuartizarlo y tirarlo al río; incluso tras su detención se mostraron convencidas de que habían llevado a cabo un buen acto.
Como pasaban largas horas en la cocina, las mujeres estaban más acostumbradas que los hombres al tacto de la carne y el olor de la sangre. Además, eran diestras en el manejo de los cuchillos y sabían qué hacer con la basura. Y, quizá porque tenían la capacidad de dar a luz, mantenían una relación más directa con la vida y la muerte.”


Out, de Natsuo Kirino -1997-

domingo, 3 de abril de 2016

Recuerdos que hacen una vida



[Rallye, de Xavier Gosé -ca. 1902-]

“Regresan volando a Oxford por nuevas carreteras. Alice acelera y Tom siente el motor agitándose y vibrando bajo él. Sus ojos se humedecen por el viento como si estuviera llorando, y quizá lo esté, de pura euforia. Mira a Alice. Su cabello oscuro se mueve en una masa sedosa alrededor de la cabeza, en un baile loco y espectacular. Se vuelve hacia él, entre risas. Sus mejillas brillan de color, y tiene la punta de la nariz rosa. Ya ha visto antes este aspecto en su cara, piensa Tom. Recuerda el día en que los dos saltaban caballos blancos, enormes olas lanzadas por el viento hacia la arena de la cala, los dos alocados, con una violenta mezcla de emoción y terror. Y recuerda a Alice animándolo a avanzar, adentrándose más y más en el mar hasta que su niñera, aterrada, le gritó que volviera más cerca de la orilla.
Así que esto es, piensa Tom para sus adentros. Esto es ser joven. Esto es a lo que la gente se refiere cuando hablan de la libertad y la locura de la juventud, con su encanto temerario. Es la embriaguez más pura, volar así sobre suelo irregular, quedándote sin respiración, recorriendo el mundo zumbando, con poder, gracia y peligro.”


Todo lo perdido y encontrado, de Lucy Foley -2015-