[Hu Jun Di]
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“Sí, me estaba enamorando
de Chloe…, me había enamorado, la cosa ya estaba hecha. Tenía una sensación de
ansiosa euforia, de esa caída feliz que no puedes evitar, que quien sabe que
tendrá que encargarse de la parte activa del amor experimenta siempre en el
precipitado inicio. Pues incluso a tan tierna edad sabía que siempre hay un
amador y un amado, y sabía cuál sería yo en ese caso. Para mí esas semanas con
Chloe fueron una serie de humillaciones más o menos embelesadas. Ella me
aceptaba como si yo fuera un suplicante en su santuario, tan satisfecha consigo
misma que resultaba desconcertante. Cuando estaba más distraída apenas se
dignaba fijarse en mi presencia, y ni siquiera cuando me prestaba toda su
atención era realmente toda, siempre había una sombra de ensimismamiento, de
ausencia. Esa deliberada distracción me atormentaba y enfurecía, pero lo peor
de todo era la posibilidad de que no fuera deliberada. Podía aceptar que
decidiera desdeñarme, podía asumirlo, incluso, de una manera confusamente
placentera, pero la idea de que se dieran intervalos en los que yo simplemente
me volvía transparente a su mirada, no, eso era insoportable. A menudo, cuando
yo me entrometía en uno de sus ausentes silencios, ella sufría un leve
sobresalto y miraba rápidamente a su alrededor, al techo o a un rincón de donde
nos encontráramos, a donde fuera excepto a mí, en busca de la voz que se había
dirigido a ella. ¿Me tomaba el pelo de manera despiadada o eran momentos de
genuina ausencia? Rabioso hasta más no poder, la agarraba por los hombros y la
zarandeaba, exigiéndole que me viera a mí y sólo a mí, pero en mis manos se
quedaba fláccida, y bizqueaba y dejaba que su cabeza se sacudiera como la de
una muñeca de trapo, riéndose por la garganta con un sonido turbador, como
Myles, y cuando la apartaba de mí de un empujón, disgustado, volvía a caer en
la arena o en el sofá y se quedaba despatarrada, con los brazos y piernas de
cualquier manera, fingiendo estar grotescamente muerta, sonriente.”
El mar, de John Banville -2005-
Banville es certero con el pasado. Lo analiza con precisión quirúrgica. Nada de lo que escribe resulta azaroso. Será por eso, por esa obsesión minuciosa por los detalles que siguen rascando el recuerdo, que me siento tan cómoda entre sus páginas. Como si me diera el gustazo de descubrir mi vida en el relato de sus personajes.
ResponderEliminarFrases como: “El pasado late en mi interior como un segundo corazón.”
O también: “Hay momentos en que el pasado posee una fuerza tan poderosa que paree que podría aniquilarte.”
Se ajustan a la perfección a mi propia relación con ese pasado.
“¿Cuál es la verdadera existencia del pasado? Después de todo, no es más que lo que fue el presente una vez el presente ya ha pasado, no más que eso.”
me ha encantado este fragmento que compartes!!
ResponderEliminarbesos!!
Gracias guapa.
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