martes, 3 de junio de 2014

No se parecía a ninguna otra


Annemarie Schwarzenbach (1908-1942)

“”El bienestar que sentí fue indescriptible”, relató Klaus Mann, “consistía, al mismo tiempo, en la paz y en una positiva excitación. Era desapego y exaltación, acompañada de una sensación de malestar físico y una ligera náusea, que no obstante casi no molestaban. Enormemente intenso era el placer. Hacía tanto tiempo que no experimentaba una sensación tan placentera -¿cuánto hacía?”
Y así vinieron el alivio, la relajación, una placentera postración física y el final de la tensión interna que la estaba devorando desde siempre. Las drogas eran la magia que disolvía de maravilla la intolerable pesadez de la melancolía y que le aportaba ligereza y volatilidad. Dinamismo, euforia física, ideas, fluctuaciones y extravíos –sueños. Era un placer que no podía compararse a nada, y absoluto. Fue una digna primera vez. Lo hizo otra vez, y luego otra más, hasta que se convirtió en una experta. A partir de ese momento, entre “pecados” y desintoxicaciones, subterfugios y promesas, mentiras y envenenamientos, ya no las abandonó. Muchas amigas dominaron su vida. Algunas entraban de puntillas, la acompañaban durante algunos días, semanas, un mes –la inflamaban, la enamoraban (se enamoraba con una desoladora facilidad, comparable únicamente con la facilidad con que las otras o los otros se enamoraban de ella), y luego se desvanecían, porque la asaltaba un inesperado desinterés o miedo; otras se instalaban allí como fetiches, divinidades caprichosas y autoritarias, que proporcionan a la vez pasión y castigo, y a cuyo culto no sabía sustraerse; otras en cambio hacían su irrupción sin aviso previo, sin miramientos. Casi todas venían para salvarla –porque ésta debería haber sido la misión de las amigas de las que se rodeaba-, pero alguna venía para perderla. Y ella no siempre lo intuía a tiempo, porque a menudo tenían el mismo rostro. Entre tantas, la morfina fue su amiga más íntima. Amada, odiada, defendida, acusada, escondida, fuente de vergüenza y de placeres secretos y violentos.”

Annemarie Schwarzenbach (1908-1942)

“Cenaron en la terraza colgada sobre el mar como el puente de un navío. Una brisa fresca soplaba entre las mesas, hinchando las cortinas de los salones, y tras la espalda de Claude, el agua oscura tremolaba ligeramente. Los camareros iban vestidos de blanco y servían las bebidas con hielo. La orquesta tocaba, el fragor de la batería y la voz del cantante intentaban animar el ambiente, difundiendo una aleatoria impresión de alegría, la luna ascendía sobre la ciudad iluminada, una música lánguida se expandía por la brisa, con el humo de las lámparas de papel, algunas parejas bailaban, pegadas como la hiedra, deslizándose sobre las baldosas de la terraza con un roce; había una luz dulce, un aire dulce, un viento dulce, y todo parecía perfecto. Mientras bailan, ella se deja abrazar y llevar –entre las parejas, bajo la orquesta, arriba y abajo por la terraza, y luego en el aire perfumado de sésamo. Ha pasado tanto tiempo desde la última vez. El cuerpo de Claude es cálido, sólido y macizo. Qué jóvenes y qué felices sois –había dicho, con envidia, un colega de Claude. Os deseo que tengáis mucha suerte juntos. Claude había asentido con frialdad, y ella había fruncido el ceño, como si tuviera un presentimiento. Le habría gustado de verdad llevarle la felicidad a Claude, y encontrarla con él. Abandonarse de verdad a sus pasos –y dejarse lleva, como esta noche. Bailan, abrazados, tan unidos que ella nota el olor de su brillantina. “¿Te sientes joven y feliz, chérie?”, bromea Claude, que estrechando a su prometida contra su pecho piensa de nuevo en las palabras de su colega. “Yo sí.” Tiene el tórax ancho –como un toro joven, le gusta pensar. Y sin embargo su abrazo no es tranquilizador –todo lo contrario, un poco flojo, casi blando. Annemarie no responde. Tiene los ojos cerrados, y apoya la cabeza sobre el hombro de él. En su nuca rasurada hace poco despuntan algunos finísimos hilos rubios. A Claude le gusta esa nuca de muchacho, y también las manos de ella, tan grandes y amenazadoras, y la luz negra, casi turbia, que de vez en cuando brilla en el fondo de sus ojos claros. Hay algo, en Annemarie, oscuramente violento que le preocupa. Empieza a temerse que de ambos es ella la que guía en realidad –ella la que lo llevará a donde quiera. “Claude”, le dice de repente Annemarie, alarmada, deteniéndose en el centro de la pista en la que ahora ya se han quedado solos porque bailando, tan absortos, en esta extraña primera noche como esposos, no se han dado cuenta de que la música ha terminado, los de la orquesta guardan sus instrumentos y los camareros de blanco están apagando las lámparas. “Claude”, dice Annemarie, alarmada, “no debemos quedarnos demasiado tiempo en esta parte del mundo.””


Annemarie Schwarzenbach (1908-1942)



Ella, tan amada, de Melania G. Mazzucco -2000-


3 comentarios:

  1. Novela magnífica, con una prosa bien trazada, poética en algunos momentos, otras simplemente perfecta. Lo de narrar la historia de un personaje real, se me antoja algo dificilísimo, y más si se trata de alguien que siempre llevó hasta las últimas consecuencias sus ansias de vivir.
    No conocía de nada a Annemarie Schwarzenbach (1908-1942) y después de leer el libro de Mazzucco, se me ha despertado la pasión por ella, por conocerla aún mejor leyendo sus obras y también aquellas de los amigos que la tomaron prestada para sus personajes.


    Este libro llevará siempre una marca en el costado. El de haber sido mi lectura en las últimas semanas de hospitalización de mi madre. Es curioso pero me parecía que su desenlace corría paralelo al que iba leyendo sobre Annemarie. Así que, en cierta manera, perdí a ambas por las mismas fechas.

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  2. Este texto me acompañará siempre... especialmente cuando caigan las "estrellas rosadas" en un siempre mal momento ... de fuga de mi mismo.

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    1. En ese caso sólo puedo aplaudir tu elección.
      Por supuesto.

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