“Los novelistas, escribanos incontinentes, disparamos y disparamos
palabras sin cesar contra la muerte, como arqueros subidos a las almenas de un
castillo en ruinas. Pero el tiempo es un dragón de piel impenetrable que todo
lo devora. Nadie se acordará de la mayoría de nosotros dentro de un par de
siglos: a todos los efectos será como si no hubiéramos existido. El absoluto
olvido de quienes nos precedieron es un pesado manto, es la derrota con la que
nacemos y hacia la que nos dirigimos. Es nuestro pecado original.”
[de internet] |
“Con la escritura es lo mismo: a menudo intuyes que al otro
lado de la punta de tus dedos está el secreto del universo, una catarata de
palabras perfectas, la obra esencial que da sentido a todo. Te encuentras en el
umbral mismo de la creación y en tu cabeza se te disparan tramas admirables, novelas
inmensas, ballenas grandiosas que sólo te enseñan el relámpago de su lomo
mojado, mejor dicho, sólo fragmentos de ese lomo, retazos de esa ballena,
pizcas de belleza que te dejan intuir la belleza insoportable del animal
entero; pero luego, antes de que hayas tenido tiempo de hacer nada, antes de
haber sido capaz de calcular su volumen y su forma, antes de haber podido
comprender el sentido de su mirada taladradora, la prodigiosa bestia se sumerge
y el mundo queda quieto y sordo y tan vacío.”
[de internet] |
“El oficio literario es de lo más paradójico: es verdad que
escribes en primer lugar para ti mismo, para el lector que llevas dentro, o
porque no lo puedes remediar, porque eres incapaz de soportar la vida sin
entretenerla con fantasías; pero, al mismo tiempo, necesitas de manera
indispensable que te lean; y no un solo lector, por muy exquisito e inteligente
que éste sea, por mucho que confíes en su criterio, sino más personas, muchas
más, a decir verdad muchísimas más, una nutrida horda, porque nuestra hambruna
de lectores es una avidez profunda que nunca se sacia, una exigencia sin
límites que roza la locura y que siempre me ha parecido de lo más curiosa. A saber
de dónde saldrá esa necesidad absoluta que nos convierte a todos los escritores
en eternos indigentes de la mirada ajena.”
La loca de la casa,
de Rosa Montero -2003-