[Vivien
Leigh, en la película “The Roman spring of Mrs. Stone” -1961-]
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“No obstante, la señora
Stone no podía dejar de admitir lo que sentía físicamente ahora, por primera
vez, en esa pausa lunar que debería haberla vuelto inmune a tales sensaciones
y, en cambio, la hacía sucumbir a ellas. Experimentaba deseos incontenibles,
que le repugnaban pero que, al mismo tiempo, le proporcionaban una clara e
inmediata sensación de existir. Si el ascensor hubiera bajado con el chico
dentro, la señora Stone habría caído de nuevo en la desolada deriva, la
inundación indiscriminada, el indefinible ir y venir, en la corriente del
tiempo, de miríadas de objetos que entrechocan en desorden y al instante se
apartan y desparraman en un amasijo informe con menos significado que la sucesión
imágenes de un sueño. Este detenimiento era lo opuesto a la deriva. No se parecía
a nada de lo que había sentido, una o dos veces, en el pasado. El pasado era,
desde luego, la época en que el cuerpo todavía representaba un canal para esas
mareas rojas que la vida orgánica traía consigo. Aquellas mareas rítmicas ya se
habían retirado de su cuerpo dejándolo igual que un estuario inmóvil sobre el
cual el deseo reposaba como la imagen de la luna sobre una capa de agua quieta.
De pronto la señora Stone no necesitó preguntarse por qué era diferente. Las mareas
rojas habían sido muy peligrosas porque tenían una finalidad que no entraba en
su plan de mantenerse en una posición elevada. Lo que ahora sentía era deseo,
el deseo íntimo de esa antigua ansia implícita por el peligro. Nada podía
pasar, ahora, salvo el deseo y su posible gratificación. Cuando entendió esto,
supo por primera vez por qué se había casado (como dijo Meg Bishop que decía la
gente): para evitar el coito. Había sido su secreto y más profundo temor, la
inconsciente voluntad de no procrear. Ese terror ya no existía. Se había ido al
retirarse la marea de fertilidad y ahora sólo quedaba el lago inmóvil y la luna
indiferente que reposaba encima, desapasionada como la aceptación de una
propuesta astuta en términos satisfactorios para ambas partes.”
La primavera romana de la señora Stone, de Tennessee Williams -1950-
Cuando la belleza se marchita y lo único que te sostiene es una fama pasajera, ¿es honesto reclamar el amor desinteresado de un joven muchacho? ¿Y cómo poder aún hacer frente a esa pasión cuando el deseo sexual fue reprimido, cuando el vértigo de la carne da tanto asco?
ResponderEliminarMe ha sorprendido el retrato que Williams hace de esta mujer sin caer en ningún momento en la vulgaridad ni el cliché.
mmm, yo todavía no paso por eso de que la marea desaparezca, pero he escuchado a mujeres hablar, en su momento suena a esta parte que compartes. Me ha parecido interesante.
ResponderEliminarYo creo que la belleza exterior puede pasar, pero nos queda la belleza interior y siempre es plausible reclamar por aquello que nos hace sentir vida.
Muy buen fragmento.
Saludos y un placer.
Gracias Beatriz!
EliminarEstoy de acuerdo contigo, lástima que la sra. Stone siga interpretando su papel de diva ante los jovenzuelos con la esperanza de que con solo eso (interpretar a una gran dama) permanezcan a su lado sin reclamarle nada a cambio.
En ocasiones, "el amor" hay que pagarlo.