[de internet] |
“- Empezaré por la introducción. Aunque, naturalmente, la
introducción nunca está donde uno cree. Le damos tanta importancia a nuestra
propia vida que tendemos a creer que su historia comienza con nuestro
nacimiento. Primero no había nada, entonces nací yo… Pero no es así. Las vidas
humanas no son pedazos de cuerda que podemos separar del nudo que forman con
otros pedazos de cuerda para enderezarnos. Las familias son tejidos. Resulta imposible
tocar una parte sin hacer vibrar el resto. Resulta imposible comprender una
parte sin poseer una visión de conjunto.
Mi historia no es solo mía, es la historia de Angelfield. El
pueblo de Angelfield. La casa de Angelfield. Y la propia familia Angelfield.
George y Mathilde; sus hijos, Charlie e Isabelle; las hijas de Isabelle,
Emmeline y Adeline. Su casa, sus vicisitudes, sus miedos, y su fantasma. Siempre
deberíamos prestar atención a los fantasma, ¿no cree, señorita Lea?
Me lanzó una mirada afilada, pero fingí no verla y continuó:
- Un nacimiento no es, en realidad, una introducción. Nuestra
vida, cuando empieza, no es realmente nuestra, sino la continuación de la
historia de otro. Pongamos, por ejemplo, mi caso. Viéndome ahora, seguro que
piensa que mi nacimiento fue especial, ¿verdad? Acompañado de extraños
presagios y atendido por brujas y hadas madrinas. Pues no, ni mucho menos. De hecho,
cuando nací no era más que un argumento secundario.”
[Trozo de papel arrugado, por Judit]
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“Solía escribir una palabra concreta una y otra vez. El
nombre de mi hermana. Un talismán. Lo escribía en un trozo de papel que doblaba
con sumo cuidado y llevaba siempre conmigo. En invierno vivía en el bolsillo de
mi abrigo, en verano me hacía cosquillas en el tobillo, dentro del pliegue del
calcetín. Por la noche me dormía con el trocito de papel aferrado en la mano. Pese
al cuidado que ponía, no siempre tenía esos papelitos localizados. Los perdía,
hacía otros nuevos, luego tropezaba con los viejos. Cuando mi madre intentaba
arrancarme el papel de los dedos, me lo tragaba para frustrar sus intenciones,
aunque tampoco habría sabido leerlo. No obstante, el día en que vi a mi padre
sacar un papel gastado y gris del fondo de un cajón lleno de porquerías y
desdoblarlo, no intenté detenerle. Cuando leyó el nombre secreto pareció que el
rostro se le partía, y sus ojos, cuando me miraron, eran un pozo de pesar.
Quiso hablar. Abrió la boca para hablar pero yo, llevándome
un dedo a los labios, le mandé callar. No quería que pronunciara el nombre de
mi hermana. ¿Acaso no había tratado de mantenerla en la oscuridad? ¿Acaso no
había querido olvidarla? ¿Acaso no había intentado ocultármela? Ahora no tenía
derecho a ella.
Le arranqué el papel de los dedos y salí de la habitación
sin decir una palabra. En el asiento bajo la ventana de la segunda planta, me
metí el papel en la boca, saboreé su fuerte sabor seco y leñoso y me lo tragué.
Durante años mis padres habían mantenido el nombre de mi hermana enterrado en
el silencio, en su esfuerzo por olvidar. Yo lo protegería con mi propio
silencio, y lo mantendría en mi recuerdo.”
El cuento número trece, de Diane Setterfield -2006-
La vida de una persona no es más que una sucesión de historias, hiladas entre sí y unidas, con mayor o menor fortuna, a las historias de otras vidas. Al hacer balance de nuestras trayectorias, podemos jugar al autoengaño e inventarnos tramos irreales; o comprometernos a explicar la verdad y sacar a relucir los fantasmas que toda vieja familia atesora.
ResponderEliminarAsí pues, los relatos biográficos de las dos protagonistas de este libro (una autora de éxito ya moribunda y su biógrafa) se convierten en referente para nuestro propio relato, para el que nos habita desde el nacimiento.
En mi caso, ha sido la mejor terapia para sobrellevar días anodinos de hospital, para recuperar el gusto por los grandes relatos (al estilo de Cumbres borrascosas) y para convencerme a mí misma de que la historia vital de mi madre, a las puertas casi de su desenlace, ha sido también una gran historia a la que yo he sumado la mía propia.
Sin esa vitalidad, exteriorizada más que interiorizada, este recuadro echaría en falta las historia de tu vida.
ResponderEliminarDeseo que el desenlace se desarrolle en la calma deseada, acogida, la vitalidad de tu madre, en ese hilo que la lleve al laberinto donde él reposa, padre de tu vida, vuestro ausente amor.
Todavía no.
EliminarParece ser pronto aún.
No he leído el libro, pero el párrafo que has escogido me parece muy interesante
ResponderEliminarUn abrazo, g.
TE lo recomiendo, una trama muy bien tejida.
EliminarUn beso. :)
Un gran descubrimiento tu blog.
ResponderEliminarcon tu permiso te sigo.
gracias
Adelante Lara.
EliminarAh, y cuidado con las pilas de libros ;)