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“Mientras se aproximaba al cadáver, Faulques consideró la
posibilidad de una foto con la casa incendiada de fondo. Así que calculó la luz
a 125 de velocidad y 5.6 de diafragma, dispuso de antemano la Nikon F3, y al
llegar a su altura, deteniéndose un instante rodilla en tierra, encuadró el
cuerpo, las piernas abiertas en V, los pies descalzos con un dedo asomando por
un agujero del calcetín, los brazos en cruz y los objetos esparcidos junto a
ellos, la casa incendiada a la izquierda haciendo otro ángulo con la carretera.
Lo que no había modo de fotografiar era el zumbido de las moscas –ellas sí que
ganaban todas las batallas-, ni el olor, evocadores de tantos otros olores y
zumbidos, moscas y hedor entre cuerpos hinchados en Sabra y Chatila, manos
atadas con alambre en los vertederos de San Salvador, camiones descargando
cadáveres empujados por palas mecánicas en Kolwezi: zumzumzum. Un fotógrafo
hábil, había dicho alguien, podía fotografiar bien cualquier cosa. Pero
Faulques sabía que quien dijo eso nunca estuvo en una guerra. No era posible
fotografiar el peligro, o la culpa. El sonido de una bala al reventar un
cráneo. La risa de un hombre que acaba de ganar siete cigarrillos apostando
sobre si el feto de la mujer a la que ha desventrado con su bayoneta es varón o
hembra. En cuanto al cadáver del serbio descalzo, tal vez un escritor pudiera
encontrar algunas palabras. Para las moscas, por ejemplo. Zumzumzumzumzumzum.
El olor era otra cosa. O la escueta soledad del cuerpo muerto cubierto de
polvo: nadie le sacudía el polvo a un cadáver.”
El pintor de batallas,
de Arturo Pérez-Reverte -2006-
Faulques pinta batallas en los muros interiores de un faro. Pero batallas que son una sola, hecha con rotos de memoria, de aquí y de allá. Pinta todo el horror que sus fotografías de guerra no supieron captar. O eso dice. Y mientras pinta, en el ocaso de su propia existencia, una cuenta pendiente del pasado llega a él para cobrarse la deuda de una vida.
ResponderEliminarEn ese infierno no caben las flores, ni la esperanza en ningún futuro.
Regreso a Pérez-Reverte recurrentemente, porque sabe cautivarme de historias y de palabras. De vuelta de todo, sus personajes. Casi como su escritura, suficiente. Pero precisa, detallista, sincera. Necesaria para mí.