[Palacio de Schönbrunn, Viena]
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“Ellos habían crecido demasiado mimados en la Viena
sostenida por los demás países de la monarquía, inocentes, hijos ridículamente
inocentes de la mimada y celebrada ciudad, capital y sede del gobierno, que,
semejante a una araña brillante y tentadora, se asentaba en medio de una
poderosa red de un amarillo negruzco, recibiendo ininterrumpidamente la fuerza,
la savia y el brillo de los países de alrededor; de los impuestos que pagaban,
viviendo miserablemente, mi pobre primo, el castañero Joseph Branco de Sipolje,
y el cochero Manes Reisiger de Zlotogrod, vivían las orgullosas casas del Rin,
que pertenecían a la ennoblecida familia judía Todesco, y los edificios
oficiales, el parlamento, el palacio de justicia, la universidad, el banco
hipotecario, el teatro real, la ópera, e incluso la dirección de policía. La
multicolor alegría de la capital y sede del gobierno del imperio se alimentaba
–mi padre lo decía frecuentemente- del trágico amor a Austria de los países de
la corona: trágico porque era eternamente no correspondido. Los gitanos de la
gran llanura húngara, los Huzulen de Subcarpatia, los cocheros judíos de
Galitzia, mis propios parientes, los castañeros eslovacos de Sipolje, los
plantadores de tabaco suavos de Bacska, los criadores de caballos de la estpa,
la Sibersna osmana, la gente de Bosnia y Herzegovina, los comerciantes de
caballos de Hanakei, en Moravia, los tejedores de Erzgebirge, y los molineros y
comerciantes de coral de Podolia; todos éstos eran los generosos proveedores de
Austria, y cuanto más pobres, más generosos. Tanto dolor, tanta tristeza
ofrecidos voluntariamente, como si de lo más natural se tratase, como si se
diese por sobreentendido, para que el centro de la monarquía mundial apareciese
como la patria de la gracia, de la alegría y del genio. Nuestro favor crecía y
florecía, pero la tierra estaba abonada con dolor y luto. Mientras estábamos
allí sentados yo pensaba en Manes Reisiger y Joseph Branco. Seguro que ninguno
de los dos quería ir a la muerte tan graciosamente, a tan graciosa muerte como
mis compañeros de batallón.”
[Palacio de cristal en el Burggarten, Viena] |
“Aquel viernes también esperaba yo con anhelo el atardecer,
sólo entonces me sentía a gusto desde que no tenía casa ni hogar; lo esperaba,
porque me había acostumbrado a arroparme en él. En Viena el atardecer era mejor
que el silencio de la noche, después del cierre de los cafés, cuando las
farolas se volvían melancólicas, lánguidas a causa de la inutilidad de su luz.
Anhelaban la morosa mañana y su propio apagón, estaban cansadas, eran lámparas
en vela, y querían que llegase la mañana para irse a dormir.
[…]
Luego, cuando volví de la guerra, no solamente más viejo,
sino también envejecido, las noches vienesas estaban también arrugadas y
marchitas como viejas y oscuras mujeres, y la tarde no iba en su busca como
antaño, sino que evitaba su encuentro, palidecía y se desvanecía, rozándole
apenas. Uno tenía que agarrar, por decirlo así, las tardes apresuradas y
temerosas antes de que estuvieran a punto de desaparecer; yo las recibía
preferentemente en el parque, en el Volksgarten o en el Prater, y sus últimos y
más dulces restos en algún café, donde ellas se filtraban suaves y delicadas
como un aroma.”
[Tumba del emperador Francisco José I en la cripta de los capuchinos,
Viena]
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La cripta de los capuchinos,
de Joseph Roth -1938-
No es una continuación al uso de “La marcha Radetzky” pero Roth sigue fijando su mirada en la misma estirpe, los Trotta, aunque esta vez a través de la rama residente en Viena. Para, de alguna forma, concluir lo que inició en su anterior obra: explicar la masacre y diseminación final que vivirán los territorios –y el propio Estado- del Imperio Austrohúngaro a causa de la primera guerra mundial.
ResponderEliminarAl último Trotta de la historia, anclado en el pasado que conoció por tradición y educación, sólo le quedará poder visitar los restos de ese imperio, enterrado y olvidado, en la cripta de los capuchinos.
Gracias por tu visita, me ha encantado tu blog. Un abrazo, Y feliz semana.
ResponderEliminarAmapola, gracias por dejar tu fragancia por estos lares.
Eliminar.........“Luego, cuando volví de la guerra, no solo más viejo, si no envejecido”......
ResponderEliminar... y seguro que derrotado también por el tiempo, por las cosas sucedidas, por lo perdido y olvidado....
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