[de internet] |
“Les
hablaré a mis amigos todo el rato en castellano, pero para compensarles la
paciencia y la amistad voy a querer darles lo mejor de mi castellano. Leeré el
romancero y el Siglo de Oro, y escucharé a los gitanos, a los viejos, a los
quinquis, que hablan con palabras de Quevedo, para poder explicarme con frases
afinadas en la música del idioma; para tener el ritmo de los alejandrinos
primitivos, de los endecasílabos del soneto, de los octosílabos del romance. Voy
a querer entregarles a mis amigos en cada conversación una voz arrancada del
tesoro de la lengua popular, pagarles en el intercambio de pareceres con
palabras de oro viejo. Quizá porque en casa no había posibles, me conformaré
con un solo idioma para todos los días del año como quien tiene que conformarse
con una par de zapatos para todos los días del año. Desde niño les tendré
envidia a los catalanes que hablan en ese lenguaje entonces oculto y proscrito.
Me cautivará el poder lingüístico del que están dotados y que les permite vivir
una vida profundamente privada. Hablar como ellos, a ratos lo habré deseado;
pero me parecerá luego que eso es hacer trampas. Me dará vergüenza ser catalán
como me va a dar vergüenza ponerme corbata. Eso son cosas que no se hacían en
mi casa. Yo no voy a ser catalán por respeto a los catalanes. En la intimidad,
con los catalanes no hablaré en catalán sino que les escucharé su catalán.
[…]
Voy a verme fascinado por el catalán de mis amigos, el
catalán de sus padres, que iré distinguiendo como lenguaje vivo del pueblo. Su habla
vulgar del nusaltrus, el buenu y el anllavorans, será de la que más cerca me encuentre, y cuando el
idioma vaya a normalizarse y esta manera de hablar se desautorice sentiré que
han vuelto a ganar los pijos, que la forma de hablar de toda esta gente, de mis
vecinos, de mis amigos, ha sido traicionada. Que les han robado su oro. Más tarde,
empezaremos a estudiar catalán en el colegio, y yo pondré todo de mi parte para
ser como piden. Hasta voy a comprarme un jersey negro con las cuatro barras. Pero
lo que ocurre es que cuando hablo en cualquier idioma que no es el mío me veo
en el exilio y creo que lo que digo no es tan preciso ni tan cierto como si lo dijera
mi manera. No utilizaré el catalán porque yo no quiero hablar para comunicarme,
eso es lo de menos. Yo hablo para repetir las mismas palabras que le he oído a
mi madre. Creeré más en el habla que en los idiomas como creo más en la gente
que en los países. El habla es de todos, todo el mundo tiene derecho a hablar
un idioma, el materno o cualquier otro,
cada cual lo hace como sabe o como quiere. Me haré filólogo para estar
en el tumulto de los hablantes, de las palabas, igual que los que se hacían
socialistas para estar en medio de la revolución. Incluso cuando falta la
libertad de expresión, sobreviven las palabras. Sobrevive el habla. Iré a las
palabras del pueblo y le pediré a cada cual que hable en su idioma para oírles
en lo más verdadero que tienen. Mi castellano estará más cerca del nusaltrus de los viejos de San Adrián
que de los tribunales lingüísticos que otorgan el título de catalán. Va a estar
más cerca mi castellano del estógamo
y del no sus vayáis de mi familia,
que de mi título de licenciatura en hispánicas. Antes que a ningún país, voy a
pertenecer a una paisajística. Antes que de ningún idioma, voy a ser de cómo la
gente habla.”
Paseos con mi madre, de Javier Pérez Andújar -2011-
A través de un paisaje autobiográfico, el autor descubre escenas de sí mismo e historias épicas y conmovedoras. Paseando, porque lo que le gusta es patear el terreno, campo a través, o río Besós, o asfalto, va de su Sant Adrià de toda la vida a la Barcelona que a nadie pertenece, y de ahí, de vuelta al extrarradio, en autobús quizá o en tren de cercanías. Si en “Los príncipes valientes” recorría su infancia, en esta continuación aborda la adolescencia, sus años de Filología Hispánica en la Universidad, su entrada en la madurez, mezclando las peripecias y el lenguaje poético, contándolo todo junto y a la vez, sin importar el tiempo. En ese contraste, el autor va analizando lo que engullen sus pupilas y desglosa la evolución de la política, de las luchas obreras, de los barrios hacinados de inmigrantes, etc. Siempre con el anhelo de fluir, de no solidificarse. Como el propio Pérez Andújar escribe: “Seré antes de un puñado de libros que de un partido.” Aunque, al final, ese deambular le sirva para identificarse con la voz de la persona que le acompaña en su caminar a orillas del río, bajo las chimeneas de la térmica, su propia madre.
ResponderEliminarTierno y satil.
ResponderEliminarUn abrazo.
Y altamente recomendable.
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