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[dando forma a las salas del MNAC] |
“Los museos son malhechores. En general. Porque los cuadros
se tienen que ver despacio y con ganas, y en los museos no se ven despacio y se
ven como sino fueran cuadros ni nada, o se medio ven. Los museos son hoy tengo
que ver los 602 cuadros del museo porque la entrada está pagada ya.
De hecho, durante los diez primeros minutos del museo, no hay
problema para digerir lo que vas viendo, pero, a medida que pasan cuadros y
pasan salas, tu cuerpo es incapaz de asimilar todo lo que mira y, de repente,
ves cómo te empieza a salir una menina por la oreja o la propia Gioconda por la
nariz.
Es entonces cuando sientes que tu cuerpo está minuciosamente
descompuesto y que tienes que vomitar algo. Te acercas a un rincón del museo;
al rincón del museo donde suele estar la silla del vigilante, concretamente. Y
empiezas a vomitar (siempre tras comprobar, claro, que el vigilante es poco
trabajador y aficionado a distraerse en el baño). Entre los despojos que van
saliendo de tu cuerpo, ves 42 impresiones de 42 pintores impresionistas, 212
líneas rectas de 17 cubistas y algún reloj derretido.
Te sientes un cacharro y te prometes que no vas a volver a
entrar en un museo grande. Entonces vuelve el vigilante del baño y te pide que,
por favor, no te apoyes en la Nariz de Napoleón, y tú le dices que perdón, que
estás algo mal y que no sabes casi ni dónde estás.
Vuelves al hotel, y en el hotel te dicen que ha muerto una
tía tuya a tres mil kilómetros de allí, o que se está muriendo en el hospital.
Entonces te das cuenta del tiempo que has perdido en el museo y de cuánto
querías a esa tía y de lo feos que son los retratos de las damas del siglo, por
ejemplo, XVI.”
Un tranvía en SP,
de Unai Elorriaga -2001-