[El grito, de Edvard Munch (1893)] |
“Phil Resch se detuvo ante un cuadro al óleo; mostraba a una
criatura pelada y oprimida, con una cabeza semejante a una pera invertida, que
apretaba sus manos horrorizadas contra sus oídos, con la boca abierta en un
vasto grito mudo. Las olas encrespadas de su dolor, los ecos del grito,
ocupaban el espacio que la rodeaba. El hombre, o la mujer, estaba encerrado
dentro de su propio aullido. Se cubría los oídos para protegerse de su propia
voz. La criatura estaba de pie en un puente, y no había nadie más. Gritaba a
solas. Aislada por el grito a pesar de él.
[…]
- Se me ocurre que así deben sentirse los androides –dijo
Phil Resch, y trazó en el aire los ecos, visibles en la pintura, del grito de
la criatura-. Yo no me siento así, por lo tanto quizá no sea un…”
¿Sueñan los androides
con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick -1968-
Queda claro: Blade Runner, la película, es otra cosa. La historia de Dick, por contra, es una historia de ruina personal. Los que se han quedado en la Tierra, pese a la contaminación que sufre el planeta, se consuelan con falsos profetas, y adquiriendo animales, a poder ser auténticos, no robotizados.
ResponderEliminarAngustiosa en algunos momentos, por lo apocalíptico que pinta el futuro de la raza humana. Ser androide tampoco es un consuelo.
……
ResponderEliminarLuego que el botones llevó la valija y los paquetes a través del vestíbulo, hasta la entrada del
hotel, Juliana encontró un empleado que le explicó cómo podía retirar el coche. Al rato estaba en
el helado garaje de cemento debajo del hotel, esperando a que alguien le trajera el Studebaker.
En el bolso había toda clase de cambio; le dio propina al hombre del garaje y subió por la rampa
iluminada de amarillo y entró en la calle oscura con luces de autos y letreros de neón.
El portero uniformado del hotel la ayudó personalmente a cargar la valija y los paquetes en el
baúl del coche, alentándola con una sonrisa tan constante y cordial que Juliana exageró la
propina. Nadie trató de detenerla, y esto la asombró; ni siquiera habían levantado una ceja.
Sabían sin duda que Joe pagaría, decidió, o quizá él ya había pagado al entrar.
Mientras esperaba junto con otros coches a que cambiaran las luces de una bocacalle, recordó
que no había avisado en el hotel que Joe estaba sentado en el piso del cuarto, necesitando un
médico. Todavía estaría allí esperando hasta el fin del mundo, o hasta que apareciese la mujer de
la limpieza en algún momento de la mañana. Será mejor que vuelva, decidió Juliana, o que llame
por teléfono. Buscaría una cabina.
Qué disparate, pensó mientras manejaba buscando un sitio para estacionar y llamar por
teléfono. Nadie lo hubiese pensado una hora antes. Cuando habían entrado en el hotel, mientras
hacían compras... Habían estado a punto de vestirse para cenar; casi habían llegado a ir a un club
nocturno. Juliana descubrió que estaba llorando otra vez; las lágrimas le chorreaban por la nariz y
le caían en la blusa, mientras manejaba. Qué error no haber consultado el oráculo, pensó; me
hubiese prevenido de algún modo. ¿Por qué no lo había consultado? Hubiera podido hacerlo, en
cualquier momento, en cualquier sitio a lo largo del viaje o aun antes de salir. Sintió de pronto que
un gemido le nacía en la garganta y no pudo reprimirlo; era un ruido, un aullido que nunca se
había oído antes; la horrorizaba, pero no podía acallarlo, aun apretando los dientes. Era un canto
horrible, un quejido que le subía a la nariz.
Estacionó al fin y se quedó sentada en el auto, con el motor encendido, temblando, las manos
metidas en los bolsillos de la chaqueta. Cristo, se dijo a sí misma, agobiada, son cosas que
ocurren a veces. Salió del coche y sacó la valija del baúl; en el asiento de atrás abrió la valija y
buscó entre las ropas y zapatos hasta que encontró los dos volúmenes negros del oráculo. Allí, en
el asiento de atrás, con el motor en marcha, se puso a tirar las monedas de los EEMR a la luz de
un escaparate cercano. ¿Qué haré? preguntó. Dime qué hago, por favor.
....
(“El hombre en el castillo”. Philip K. Dick)
Me gusta muchísimo Blade Runner, y creo que mantiene el tono poético del autor de la novela y la angustia de los personajes principales que buscan sentir emociones "humanas" y trascender.
ResponderEliminarLa verdad, después de leeros dan ganas de volver a leer algo de Dick y de emocionarme con la última escena de la película y ver a Roy, tan bien diseñado, diciendo eso de...
""Yo... he visto cosas que vosotros no creeríais... Es hora de morir
Tesa, te recomiendo más la peli.
EliminarNo me defraudó el libro pero no sabía que el guión había modificado toda la trama.
Sí, el guión cambia la trama. Y aunque la novela se lee bien, soy de la opinión de que la pelicula lo supera.
ResponderEliminarCuando llegan noticias de robots cada vez más evolucionados y que aumentan las " piezas de repuesto" para los humanos, tal vez pronto sea necesario el artilugio para distinguir entre personas y replicantes.
Estoy contigo Víctor, creo que el guión de la película supera la novela porque, de hecho, sólo coge la idea más interesante: el cazador de robots. He comprobado que tampoco Dick participó en el guión, o por lo menos no figura en los créditos.
EliminarY en cuanto a lo otro que comentas, hay demasiados humanoides con piezas de repuesto por el mundo y muy pocos robots en operativo (que yo sepa). ¿Para qué distinguirlos?