[Penélope Cruz, para el mes de febrero del calendario Campari 2013] |
“Ignoro si usted habrá fijado alguna vez por casualidad su
atención exclusivamente en el tapete verde, en el centro del cual la bolita
vacila como un beodo, de un número a otro, y dentro de cuyo cuadrilátero,
dividido en secciones, llueven, a modo de maná, arrugados pedazos de papel,
redonda piezas de oro o plata, que luego la raqueta del croupier, a semejanza
de una fina guadaña, siega y arrastra hacia sí o empuja como una gavilla hacia
el ganador. Observándolo desde esa especial perspectiva, lo único que varía son
las manos, la multitud de manos claras, nerviosas y siempre en actitud de
espera en torno al tapete verde, todas asomando por la caverna de su respectiva
manga, cada una de forma y color diferentes, algunas desnudas, otras adornadas
con anillos y pulseras tintineantes, muchas velludas como animales salvajes,
muchas otras húmedas y retorcidas como anguilas, y todas, sin embargo,
crispadas y trémulas por una enorme impaciencia. Involuntariamente pensaba
siempre en la pista de las carreras en el momento en que, en la línea de
salida, hay que contener con fuerza a los excitados caballos para que no se
lancen antes de tiempo. Exactamente así temblaban y se agitaban las manos. Todo
puede adivinarse en esas manos, en su manera de esperar, de coger, de
contraerse: al codicioso se le reconoce por su mano parecida a una garra; al
pródigo, por su mano blanda y floja; al calculador, por su muñeca firme; al
desesperado, por la mano temblorosa; cientos de temperamentos se descubren con
la rapidez del rayo, ya en el modo de tomar el dinero, ya si lo estruja o lo
agita nerviosamente, ya si, abatido y con mano fatigada, hace indiferente una
puesta en el tapete verde.”
Veinticuatro horas en
la vida de una mujer, de Stefan Zweig -1929-